Érase una vez…
“Un joven estudiante que salía de la clase de repaso seguido de su profesor y dos compañeras más. Fuera de la academia lo esperaba su madre apoyada a un árbol.
– ¡Qué! ¿¡Ya has conseguido hacer algo con éste!? – le dijo la madre al profesor señalando con la cabeza a su hijo. El profesor sonrió y se acercó a ella. El joven al oír a su madre agachó la cabeza para que no notaran que se había sonrojado. La madre continuó – No hay manera de que haga algo bien. No paro de decirle que debe esforzarse.. que los estudios son importantes y que se arrepentirá si no estudia … pero ya te digo que solo le falta suspender plástica. Si sigue así no va a conseguir nada en la vida.
Las chicas que estaban a un lado comenzaron a reírse. El chico se encogió, apretó fuerte los brazos contra él, metió sus manos en los bolsillos y agachó aún más la cabeza. No sabía dónde meterse..
– Realmente creo que pone mucho de su parte – contestó el profesor intentando dar un giro a la conversación – es muy buen chico y , en realidad, tiene muchas habilidades- Pero el chico ya no escuchaba lo que decía su profesor, parecía absorto en sus pensamientos.. oyendo, tal vez, su propia voz interior repetirle ‘No vales nada’.”
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Este pequeño relato es parte de una conversación que yo misma presencié mientras esperaba el autobús. Conversaciones de este tipo ocurren todos los días y no les damos la importancia que merecen… Me pongo por un momento en la piel de ese adolescente y pienso que debió sentirse avergonzado y humillado… tal vez se sintió triste… ¿Se sentiría también invisible? En ningún momento llegó a participar en la conversación..
Es posible que aún hoy siga sintiendo que no tiene el apoyo de su familia… que se sienta tonto y que no vale para nada. Pasadas las horas y los días su madre habrá olvidado ya esa conversación banal, pero él seguramente no… A él esa conversación le influirá directa o indirectamente y más si se repite en otras ocasiones. Influirá en su motivación, en su concentración, en su autoestima y podría mermar la seguridad que tiene en sí mismo.

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Como último apunte me gustaría añadir que esta anécdota ocurrió con una madre y su hijo, pero diariamente sucede lo mismo entre padres e hij@s y/o entre docentes y su alumnado.
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